Hace muchos años, quedarse soltera -solterona como se decía- era una vergüenza, una desgracia, una verdadera catástrofe. Por eso cuando a una cierta edad -digamos veinte años- no había candidato a la vista…¡se hacía imprescindible recurrir a San Antonio, el casamentero!
En esta escena entre una madre desesperada por casar a su hija y una hija desesperada por casarse (pero con alguien de su gusto), recreo algunas supersticiones y dichos que tienen que ver con los novios y los casamientos.
La escena se desarrolla en un barrio de Buenos Aires, y a principios de siglo XX. (Aunque no lo crean, hay algunas personas que todavía…)
“A San Antonio, como es un casamentero,
pidiendo matrimonio, lo abruman tanto…”
-No hay nada que hacer … ¡Algunas tienen suerte! Mirá si no Doña Rosa: ¡casar tres hijas en un solo año!
-Con ellas sí que se portó San Antonio, ¿cierto, mamá? En cambio, lo que es conmigo…
-Y qué candidatos, nena… Un inglés de los Ferrocarriles del Sud para la mayor; un viudo -finísimo, con seis hijos- para la segunda; y un señor de lo mejor, boticario de La Estrella, para la tercera.
-Picadito de viruela, el boticario… (¡Ji, ji, ji!)
-¿Y con eso? ¿O no sabés acaso que el hombre, como el oso, cuanto más feo más hermoso?
-Mmmm…
-¡Ojalá San Antonio se acordara de vos aunque más no fuera para mandarte un picadito!
-¡Es que San Antonio me tiene entre ceja y ceja, mamá! Y eso que no dejo pasar ni cuatro días sin ir a verlo. Siempre con mi velita, o mi azucena… Pero San Antonio, nada. ¡Cómo si oyera llover!
-Yo no sé, nena. Para mí que vos no sabés como pedirle. Vamos a ver: ¿lo pusiste boca abajo, cómo te enseñé?
-Sí, mamá, lo puse, lo puse. Y le dije: “San Antonio, hasta que no me consigas un lindo novio te dejo patas arriba”.
-Bien hecho. Pero lo de lindo está de más…¡A los veintiséis ya no se puede andar con tantas pretensiones, m’hijita!
-Ah, y también agarré la medallita de San Antonio que usted me regaló, la até a la punta del pañuelo y dije: “San Antonio, la cola te ato, y hasta que no me consigas un lindo novio, no te desato”.
-¿Viste que no sabés? ¡Eso es para Santo Pilato!
-¡Ay, mamá! ¡Cómo me persigue la mala suerte! Y fue desde que rompí el espejo del tocador ¿se acuerda? Cuando la Angelita me estaba ajustando el corsé y yo me caí desmayada… ¡Siete años de desgracia, mamá!
-¡Y qué mayor desgracia que quedarse para vestir santos, como tu pobre tía Carola!
-Sí…Claro… Pero, yo digo: la tía Carola no parece muy amargada ¡Siempre se la ve muerta de risa en las fotos de los periódicos! ¿Será de tanto que viaja por el mundo, con eso de los conciertos? Porque mire, mamá, que la tía va a París de Francia como nosotras vamos a la Boca…
-Es que tu tía siempre fue rara…¡con la cabeza llena de pajaritos! Pero sigamos con los nuestro: ¿vos probaste con Santa Rosa, nena? Mirá que las hijas de la planchadora fueron directo a pedirle a Santa Rosa, y ahí las tenés: casadas y con unos hijos gordos y colorados como soles.
-Sí, mamá, ya probé… Fui a Santa Rosa y le dije:
“Santa Rosa de Lima, tres cosas te pido
la salvación de mi alma, plata y marido”.
Pero después, por mi cuenta, agregué: “Aunque con el marido yo me conformaría, Santa Rosa…”
-Mal hecho, nena, ¡qué la plata nunca está de más! Y la salvación del alma… es la salvación del alma, vamos… Pero no te desesperes… ¡Hay que tener fe! ¡Y seguir preparando el ajuarcito! Cosa que si San Antonio o Santa Rosa o alguien… escucha, te encuentre lista, siempre lista para el Gran Día.
-Pero mamá… ¡En el arcón ya no me cabe más ropa blanca, y en el ropero tampoco! Quince juegos de sábanas de hilo llevo bordadas, y diez manteles, doce camisones y veinticinco toallas para el médico. Ahora estoy terminando las cortinas con los angelitos y los canastos de flores… ¿Qué más quiere que haga?
-¡Y pensar que la hija de doña Laudelina se casó de la mañana a la noche! ¡Eso que ni una triste servilleta tenía!
-¡Qué iba a tener, mamá, si se la pasaba balconeando o en el teatro, o en el Parque Lezama! Y bien entradita la tarde… je…
-La muy mosquita muerta… No, si es lo que yo digo: ¡suerte que tienen algunas! Y vos, nena, no te preocupes: me dijeron que doña Margarita Plazoleta tiene unos yuyitos para el enamoramiento que no fallan nunca.
-Sí, está bien, mamá… La cosa es a quién le damos los yuyitos, ¿eh?
-Se los damos a… esteee… ¡Bueno, a alguno se los vamos a dar! Mientras tanto: ¿les tiraste el agua hirviendo a las hortensias del patio, como te mandé?
-¡Ay, no, mamá, me dio no se qué de verlas tan arrepolladitas!
-¡Cómo, hija! ¿O no te enteraste de que las mellizas del inquilinato recién se casaron cuando les echaron el agua hirviendo a las hortensias?
-No se ponga así, mamá…¿Ve? Por eso no le quería contar lo de la escalera.
-¿Qué escalera? ¡Hablá!
-Sin darme cuenta… pasé por debajo de una escalera.
-¿¿QUÉ?? ¡¡HABLÁ FUERTE!!
-¡¡PASÉ POR DEBAJO DE UNA ESCALERA!!
-¡Ay, ay, ay! ¡Vos me querés matar de un disgusto! ¡Vos querés verme muerta, eso querés!
-¡Mamita querida, no llore! Es que ando distraída… Ha de ser la falta de novio, digo yo… Mire si no es cierto: aquí en el bolsillo hace dos días que tengo una carta para usted y no me acordé de dársela…De Génova parece que viene.
-¿De Génova, decís? (¡Santo Antonio benedetto!)
-¿Qué pasa, mamá? ¿Qué dice la carta? ¿Y esa foto?
-Andá, ponelo derechito a San Antonio, nena… ¡Qué ya tenés novio!
-¿Cómo, mamá? ¿Qué novio?
-¡Don Pascual, nena, el primo segundo de tu finado padre! ¡Se quiere casar con vos!
-¡Si yo no lo conozco a don Pascual!
-Ni falta que hace, nena. Es un hombre decente, de trabajo… Y hasta elegantón, yo diría, ¡cómo a vos te gusta! Mirá, mirá la foto.
-¡Uyyy, sí que me gusta, mamita! ¡Qué alto es! ¡Y qué linda figura, con esa ropa de montar!
-Pero no, nena, ¿qué decís? Ese es Antoñito, el hijo del primer matrimonio de don Pascual… tu novio es este otro.
-¿El gordo bajito?
-Sí, querida, ¿estás contenta?
-¿El peladito de lentes?
-¡Síiii, nena, sí! Y basta de perder tiempo, que don Pascual y el hijo están embarcados y en cualquier momento los tenemos acá… ¿Viste que valió la pena el ajuarcito?
-Mmmm…
-¿Y San Antonio? ¿Cumplió o no cumplió?
-Mmmm…
-¡Qué contenta estoy, hija… Y como no me aguanto, me pongo el sombrero y corro a contarle todo a doña Laudelina, a las mellizas del inquilinato, y sobre todo a doña Rosa, para reventarles los hígados!… ja ja… Pero a vos, ¿qué te pasa, tan calladita? ¿Y que hacés con el pañuelo? Ya lo podés ir desatando a San Antonio ¡ahora tenés novio!
-Mmmm… Sí, mamá, vaya tranquila, yo me arreglo… (San Antonio, escucháme bien: la cola te ato y hasta que no me case con Antonito, ANTOÑITO, el hijo de don Pascual, ¡no te desato!)
Autora: Graciela Beatriz Cabal
Glorario
“A San Antonio…lo abruman tanto…”: versos de “La danza de las sombrillas”, uno de los pasajes más conocidos de la zarzuela española Luisa Fernanda.
Ferrocarriles del Sud: actual Ferrocarril Nacional General Roca, cuya terminal es la estación Constitución.
Boticario: nombre que recibía el farmacéutico.
La Estrella: antigua farmacia que todavía funciona como tal, en la esquina de Defensa y Alsina, Ciudad de Buenos Aires.
Me tiene entre ceja y ceja: me tiene rabia.
Poner cabeza abajo a San Antonio: forma de presionar al santo para que se acuerde de conseguirle novio a la interesada.
Anudar la punta del pañuelo encomendándose a Santo Pilato: así que procedía para encontrar algo perdido. También para encontrar novio.
Romper un espejo: se dice que trae siete años de desgracias.
Corsé: prenda interior -incomodísima con ballenas- destinada a afinar la silueta de las mujeres. Se ajustaba con cordones. Tanto se ajustaba que las mujeres llegaban a desmayarse por falta de aire.
Quedarse para vestir santos: quedarse soltera. Era común que las solteras de ciertas familias se encargaran de vestir a los santos de las iglesias.
“Santa Rosa… plata y marido”: Copla popular. Según el estudioso Félix Coluccio, las solteras suelen encomendarse a la santa durante la fiesta del 29 de agosto, en Catamarca.
Ajuarcito: desde muy jovencitas las muchachas acostumbraban preparar su ajuar de boda aunque todavía no tuvieran novio.
El Gran Día: el día, tan esperado, del casamiento.
Toallas para el médico: toallas blancas, bordadas y vainilladas, absolutamente inútiles para secarse porque eran de tela no absorbente, que sólo se usaban cuando el médico iba de visita.
Balconeando: asomándose al balcón para hacerse ver y conseguir novio. Las niñas de “buena familia” tenían prohibido “balconear”.
Yuyitos para el enamoramiento: hierbas para producir enamoramiento, hechizo.
Tirar agua hirviendo a las hortensias: se decía que donde había hortensias, las mujeres no se casaban.
Pasar debajo de una escalera: era considerado un motivo casi seguro de soltería, además de provocar otras terribles desgracias.
Me pongo el sombrero: en la época en que se ubica esta escena, era inconcebible salir a la calle sin sombrero.