Los centauros, planetas que curan el alma

Un maravilloso trabajo que nos abre a una mirada más amplia de niuestro ser

Ares Cronida

El primer centauro se descubrió en 1977, se trataba de Quirón y fue descubierto mientras se acercaba a su perihelio; en ese proceso desarrollo una cola cometaria y se reclasificó como cometa (bajo el nombre de 95/P Chiron); se le considero en adelante como un asteroide y un cometa, aunque de un tamaño claramente mayor que los cometas clásicos. Esta característica terminaría describiendo a todo el grupo de cuerpos entre Júpiter y Neptuno; que combinaban caracteristicas de cometa (hielo) y asteroide (roca).

Aunque no se ha fotografiado a ningún centauro de cerca; la luna Febe (Phoebe) de Saturno, una luna irregular de unos 200 km de tamaño; por su rotación contraria al resto de las lunas y a la rotación del propio planeta muchos piensan que se trata de un centauro capturado; la composición de hielo y roca que la asemeja a Plutón y a otra luna Tritón

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Libros y Lectores

Observan el libro, pasan las páginas. Ojos arriba y abajo por las ilustraciones. Dicen el nombre de un personaje, bajito, para sí mismos. Leen, escuchan lo que les leen. Quieren detenerse allí, en ese diálogo. Vuelven, páginas atrás. Van hacia el final, preguntan, guardan silencio, mueven el cuerpo. Otra vez. Observan… Y Florencia Gattari con ellos. […]

a través de Un cálculo imposible. Florencia Gattari y las inesperadas reacciones de cuatro niños lectores — Linternas y bosques

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Cuento: TRÁNSITO

verdad1

Muriel miró sus manos. Un escalofrío de desazón la envolvió mientras observaba esas manchas recién nacidas que parecían encogerle los dedos y volverlos mustios.

Muchas cosas pueden dar señales del paso del tiempo, pero para Muriel las manchas resultaron una revelación espantosa. Entonces abrió los ojos, los dejó recorrerle la vida, y se vio.

No le gustó lo que vio.

No le gustó nada.

¿Dónde estaba el amor de su vida que no lo pudo encontrar?

¿Dónde las pruebas de que el sacrificio vale la pena?

¿El reconocimiento al esfuerzo?

¿El valor de tener valores?

Arrugas y piel seca. Un talle menos, sequía de esperanzas y ausencia de intereses. Escasez de risas y de lágrimas, las primeras por falta de motivos, las segundas por haberse agotado, resultaron, contra todas su previsiones, las únicas ganancias obtenidas.

 

Muriel alzó la mirada hasta sumergirla en el espejo que colgaba frente a ella. Esquivó el cabello cano, las arrugas, el temor de hacerse vieja, adentrándose en la chispa que aún titilaba en esos ojos que tanto habían visto. Allí, en la pupila, el espíritu la seguía habitando. Sonrió y la sonrisa equilibró la memoria, despejó las nubes de quejas y lamentos, deslizándola por más gratos recuerdos.

 

—Un cuento —susurró y sentada junto al fuego desenrolló la trama de la vida vivida.

El amanecer la encontró tejiendo la historia renacida.

 

©Ana Cuevas Unamuno

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Poema: EN ESTE PRESENTE

Se desgaja tu ladera,

nacen pliegues en tu gesto

Falta el aire

Lo sé

La piel se quiebra,

se abren los poros

muta el gesto en ausencia

las palabras se silencian.

Se acorta la distancia

Y ya casi no estás

Casi

Porque aún alcanzo tu aroma.

© Ana Cuevas Unamuno

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Cuento El Barranco

En homenaje a su aniversario

Un cuento de

image

 

En el barranco de K’ello-k’ello se encontraron, la tropa de caballos de don Garayar y los becerros de la señora Grimalda. Nicacha y Pablucha gritaron desde la entrada del barranco:

—¡Sujetaychis! ¡Sujetaychis! (¡Sujetad!)

Pero la piara atropelló. En el camino que cruza el barranco, se revolvieron los becerros, llorando.

—¡Sujetaychis!—Los mak’tillos Nicacha y Pablucha subieron, camino arriba, arañando la tierra.

Las mulas se animaron en el camino, sacudiendo sus cabezas; resoplando las narices, entraron a carrera en la quebrada, las madrineras atropellaron por delante. Atorándose con el polvo, los becerritos se arrimaron al cerroé algunos pudieron volverse y corrieron entre la piara. La mula nazqueña de don Garayar levantó sus dos patas y clavó sus cascos en la frente del «Pringo». El «Pringo» cayó al barranco, rebotó varias veces entre los peñascos y llegó hasta el fondo del abismo. Boqueando sangre murió a la orilla del riachuelo.

La piara siguió, quebrada adentro, levantando polvo.

—¡Antes, uno nomás ha muerto! ¡Hubiera gritado, pues, más fuerte!—Hablando, el mulero de don Garayar se agachó en el canto del camino para mirar el barranco.

—¡Ay señorcito! ¡La señora nos latigueará; seguro nos colgará en el trojal!

—¡Pringuchallaya! ¡Pringucha!

Mirando el barranco, los mak’tillos llamaron a gritos al becerrito muerto.

La Ene, madre del «Pringo», era la vaca más lechera de la señora Grimalda. Un balde lleno le ordeñaban todos los días La llamaba Ene, porque sobre el lomo negro tenía dibujada una letra N, en piel blanca. La Ene era alta y robusta, ya había dado a la patrona varios novillos grandes y varias lecheras. La patrona la miraba todos los días, contenta:

—¡Es mi vaca! ¡Mi mamacha! (¡Mi madrecital).

Le hacían cariño, palmeándole en el cuello.

Esta vez, su cría era el «Pringo». La vaquera lo bautizó con ese nombre desde el primer día. «El Pringo», porque era blanco entero. El Mayordomo quería llamarlo «Misti», porque era el más fino y el más grande de todas las crías de su edad.

—Parece extranjero—decía.

Pero todos los concertados de la señora, los becerreros y la gente del pueblo lo llamaron «Pringo». Es un nombre más cariñoso, más de indios, por eso quedó.

Los becerreros entraron llorando a la casa de la señora. Doña Grimalda salió al corredor para saber. Entonces los becerreros subieron las gradas, atropellándose; se arrodillaron en el suelo del corredor; y sin decir nada todavía, besaron el traje de la patrona; se taparon la cara con la falda de su dueña, y gimieron, atorándose con su saliva y con sus lágrimas.

—¡Mamitay!

—¡No pues! ¡Mamitay!

Doña Grimalda gritó, empujando con los pies a los muchachos.

—¡Caray! ¿Qué pasa?

—«Pringo» pues, mamitay. En K’ello-k’ello, empujando mulas de don Garayar

—¡«Pringo» pues! ¡Muriendo ya, mamitay!

Ganándose, ganándose, los becerreros abrazaron los pies de doña Grimalda, uno más que otro; querían besar los pies de la patrona.

—¡Ay Dios mío! ¡Mi becerritol ¡Santusa, Federico, Antonio…!

Bajó las gradas y llamó a sus concertados desde el patio.

—iCorran a K’ello-k’ello! ¡Se ha desbarrancado el «Pringo»! ¿Qué hacen esos, amontonados allí? ¡Vayan, por delante!

Los becerreros saltaron las gradas y pasaron al zaguán, arrastrando sus ponchos. Toda la gente de la señora salió tras de ellos.

Trajeron cargado al «Pringo». Lo tendieron sobre un poncho, en el corredor. Doña Grimalda, lloró, largo rato, de cuclillas junto al becerrito muerto. Pero la vaquera y los mak’tillos, lloraron todo el día, hasta que entró el sol.

—¡Mi papacito! ¡Pringuchallaya!

—¡Ay niñito, súmak’wawacha! (¡Criatura hermosa!).

—¡Súmak’ wawacha!

Mientras el Mayordomo le abría el cuerpo con su cuchillo grande; mientras le sacaba el cuerito; mientras hundía sus puños en la carne, para separar el cuero, la vaquera y los mak’tillos, seguían llamando:

—¡Niñucha! ¡Por qué pues!

—¡Por qué pues, súmak’wawacha!

Al día siguiente, temprano, la Ene bajaría el cerro bramando en el camino. Guiando a las lecheras vendría como siempre. Llamaría primero desde el zaguán. A esa hora, ya goteaba leche de sus pezones hinchados.

Pero el Mayordomo le dio un consejo a la señora.

—Así he hecho yo también, mamita, en mi chacra de las punas—le dijo.

Y la señora aceptó.

Rayando la aurora, don Fermín clavó dos estacas en el patio de ordeñar, y sobre las estacas un palo de lambras. Después trajo al patio el cuero del «Pringo», lo tendió sobre el palo, estirándolo y ajustando las puntas con clavos, sobre la tierra.

A la salida del sol, las vacas lecheras estaban ya en el callejón llamando a sus crías. La Ene se paraba frente al zaguán; y desde allí bramaba sin descanso, hasta que le abrían la puerta. Gritando todavía pasaba el patio y entraba al corral de ordeñar.

Esa mañana, la Ene llegó apurada; rozando su hocico en el zaguán, llamó a su «Pringo». El mismo don Fermín le abrió la puerta. La vaca pasó corriendo el patio. La señora se había levantado ya, y estaba sentada en las gradas del corredor.

La Ene entró al corral. Estirando el cuello, bramando despacito, se acercó donde su «Pringo»; empezó a lamerle, como todas las mañanas. Grande le lamía, su lengua áspera señalaba el cuero del becerrito. La vaquera le maniató bien; ordeñándole un poquito humedeció los pezones, para empezar. La leche hacía ruido sobre el balde.

—¡Mamaya! ¡Y’astá mamaya! —llamando a gritos pasó del corral al patio, el Pablucha.

La señora entró al corral, y vió a su vaca. Estaba lamiendo el cuerito del «Pringo», mirándolo tranquila, con sus ojos dulces.

Así fue, todas las mañanas; hasta que la vaquera y el Mayordomo, se cansaron de clavar y desclavar el cuero del «Pringo». Cuando la leche de la Ene empezó a secarse, tiraban nomás el cuerito sobre un montón de piedras que había en el corral, al pie del muro. La vaca corría hasta el extremo del corral, buscando a su hijo; se paraba junto al cerco, mirando el cuero del becerrito. Todas las mañanas lavaba con su lengua el cuero del «Pringo». Y la vaquera la ordeñaba, hasta la última gota.

Como todas las vacas, la Ene también, acabado el ordeño, empezaba a rumiar, después se echaba en el suelo, junto al cuerito seco del «Pringo», y seguía, con los ojos medio cerrados. Mientras, el sol alto despejaba las nubes, alumbraba fuerte y caldeaba la gran quebrada.

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¡Hola mundo!

Me han cambiado de Live Space acá veremos que tal resulta este viajecito.

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TODO DEPENDE DE LA POSICIÓN…

 

Según estudios recientes,

hacerlo parado fortalece la columna;

boca abajo estimula la circulación de la sangre;

boca arriba es más placentero;

hacerlo solo es rico, pero egoísta;

en grupo puede ser divertido;

en el baño es muy digestivo;

en el auto puede ser peligroso…

Hacerlo con frecuencia

desarrolla la imaginación;

entre dos, enriquece el conocimiento;

de rodillas, resulta doloroso…

En fín, sobre la mesa o sobre el escritorio,

antes de comer o de sobremesa,

sobre la cama o en la hamaca,

desnudos o vestidos,

sobre el césped o en la alfombra,

con música o en silencio,

entre sábanas o en el closet:

hacerlo, siempre es un acto de amor y de enriquecimiento.

No importa la edad, ni la raza, ni el credo, ni el sexo, ni la posición económica…

… Leer es un placer!!!

DEFINITIVAMENTE, LO MEJOR ES LEER Y DISFRUTAR DE LA IMAGINACIÓN, Y TÚ LO ACABAS DE EXPERIMENTAR.

¡¡ENRIQUECE TU HÁBITO POR LA LECTURA!!

Y RECUERDA QUE CADA VEZ QUE LEEMOS UN LIBRO,

MUERE UN BURRO.

 

Aclaración: ya sé que está por todas partes pero vale repetirlo por lo bueno que es. Ignoro quien lo escribió, busqué y busqué sin  éxito, así que a quien lo haya escrito GRACIAS!.

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TU TIENES EL RELOJ, YO TENGO EL TIEMPO

 

INTERESANTE ENTREVISTA a MOUSSA AG ASSARID

portada

MOUSSA AG ASSARID: No sé mi edad: nací en el desierto del Sahara, sin papeles…!

Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier. Estoy soltero. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo

– ¡Qué turbante tan hermoso…!

Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través.

– Es de un azul bellísimo…

– A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados…

– ¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?

– Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.

– ¿Por qué?

– Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.

– ¿Quiénes son los tuareg?

– Tuareg significa "abandonados" , porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: "Señores del Desierto", nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.

– ¿Cuántos son?

– Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece… "¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!", denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este pueblo.

– ¿A qué se dedican?

– Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio…

– ¿De verdad tan silencioso es el desierto?

– Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.

– ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?

– Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierb a… Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre… Y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!

– ¿Sí? No parece muy estimulante. ..

– Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas… Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.

– Saber eso es valioso, sin duda…

– Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!

– Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?

– Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!

– ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?

– Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro…

– Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja…

– Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté…. Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua… y sentí ganas de llorar.

– Qué abundancia, qué derroche, ¿no?

¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso…

– ¿Tanto como eso?

– Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos… Yo tendría unos doce años, y mi madre murió… ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.

– ¿Qué pasó con su familia?

– Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa… Entendí: mi madre estaba ayudándome…

– ¿De dónde salió esa pasión por la escuela?

– De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo…

– Y lo logró.

– Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.

– ¡Un tuareg en la universidad. ..!

– Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella… Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra… Aquí, por la noche, miráis la tele.

– Sí… ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?

– Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa…. En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!

– Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.

– Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde…

– Fascinante, desde luego….

– Es un momento mágico… Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor… La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor…

– Qué paz…

– Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.

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SAN ANTONIO EL CASAMENTERO

CORAZON

Hace muchos años, quedarse soltera -solterona como se decía- era una vergüenza, una desgracia, una verdadera catástrofe. Por eso cuando a una cierta edad -digamos veinte años- no había candidato a la vista…¡se hacía imprescindible recurrir a San Antonio, el casamentero!
En esta escena entre una madre desesperada por casar a su hija y una hija desesperada por casarse (pero con alguien de su gusto), recreo algunas supersticiones y dichos que tienen que ver con los novios y los casamientos.
La escena se desarrolla en un barrio de Buenos Aires, y a principios de siglo XX. (Aunque no lo crean, hay algunas personas que todavía…)

 

“A San Antonio, como es un casamentero,

pidiendo matrimonio, lo abruman tanto…”

-No hay nada que hacer … ¡Algunas tienen suerte! Mirá si no Doña Rosa: ¡casar tres hijas en un solo año!

-Con ellas sí que se portó San Antonio, ¿cierto, mamá? En cambio, lo que es conmigo…

-Y qué candidatos, nena… Un inglés de los Ferrocarriles del Sud para la mayor; un viudo -finísimo, con seis hijos- para la segunda; y un señor de lo mejor, boticario de La Estrella, para la tercera.

-Picadito de viruela, el boticario… (¡Ji, ji, ji!)

-¿Y con eso? ¿O no sabés acaso que el hombre, como el oso, cuanto más feo más hermoso?

-Mmmm…

-¡Ojalá San Antonio se acordara de vos aunque más no fuera para mandarte un picadito!

-¡Es que San Antonio me tiene entre ceja y ceja, mamá! Y eso que no dejo pasar ni cuatro días sin ir a verlo. Siempre con mi velita, o mi azucena… Pero San Antonio, nada. ¡Cómo si oyera llover!

-Yo no sé, nena. Para mí que vos no sabés como pedirle. Vamos a ver: ¿lo pusiste boca abajo, cómo te enseñé?

-Sí, mamá, lo puse, lo puse. Y le dije: “San Antonio, hasta que no me consigas un lindo novio te dejo patas arriba”.

-Bien hecho. Pero lo de lindo está de más…¡A los veintiséis ya no se puede andar con tantas pretensiones, m’hijita!

-Ah, y también agarré la medallita de San Antonio que usted me regaló, la até a la punta del pañuelo y dije: “San Antonio, la cola te ato, y hasta que no me consigas un lindo novio, no te desato”.

-¿Viste que no sabés? ¡Eso es para Santo Pilato!

-¡Ay, mamá! ¡Cómo me persigue la mala suerte! Y fue desde que rompí el espejo del tocador ¿se acuerda? Cuando la Angelita me estaba ajustando el corsé y yo me caí desmayada… ¡Siete años de desgracia, mamá!

-¡Y qué mayor desgracia que quedarse para vestir santos, como tu pobre tía Carola!

-Sí…Claro… Pero, yo digo: la tía Carola no parece muy amargada ¡Siempre se la ve muerta de risa en las fotos de los periódicos! ¿Será de tanto que viaja por el mundo, con eso de los conciertos? Porque mire, mamá, que la tía va a París de Francia como nosotras vamos a la Boca…

-Es que tu tía siempre fue rara…¡con la cabeza llena de pajaritos! Pero sigamos con los nuestro: ¿vos probaste con Santa Rosa, nena? Mirá que las hijas de la planchadora fueron directo a pedirle a Santa Rosa, y ahí las tenés: casadas y con unos hijos gordos y colorados como soles.

-Sí, mamá, ya probé… Fui a Santa Rosa y le dije:

“Santa Rosa de Lima, tres cosas te pido

la salvación de mi alma, plata y marido”.

Pero después, por mi cuenta, agregué: “Aunque con el marido yo me conformaría, Santa Rosa…”

-Mal hecho, nena, ¡qué la plata nunca está de más! Y la salvación del alma… es la salvación del alma, vamos… Pero no te desesperes… ¡Hay que tener fe! ¡Y seguir preparando el ajuarcito! Cosa que si San Antonio o Santa Rosa o alguien… escucha, te encuentre lista, siempre lista para el Gran Día.

-Pero mamá… ¡En el arcón ya no me cabe más ropa blanca, y en el ropero tampoco! Quince juegos de sábanas de hilo llevo bordadas, y diez manteles, doce camisones y veinticinco toallas para el médico. Ahora estoy terminando las cortinas con los angelitos y los canastos de flores… ¿Qué más quiere que haga?

-¡Y pensar que la hija de doña Laudelina se casó de la mañana a la noche! ¡Eso que ni una triste servilleta tenía!

-¡Qué iba a tener, mamá, si se la pasaba balconeando o en el teatro, o en el Parque Lezama! Y bien entradita la tarde… je…

-La muy mosquita muerta… No, si es lo que yo digo: ¡suerte que tienen algunas! Y vos, nena, no te preocupes: me dijeron que doña Margarita Plazoleta tiene unos yuyitos para el enamoramiento que no fallan nunca.

-Sí, está bien, mamá… La cosa es a quién le damos los yuyitos, ¿eh?

-Se los damos a… esteee… ¡Bueno, a alguno se los vamos a dar! Mientras tanto: ¿les tiraste el agua hirviendo a las hortensias del patio, como te mandé?

-¡Ay, no, mamá, me dio no se qué de verlas tan arrepolladitas!

-¡Cómo, hija! ¿O no te enteraste de que las mellizas del inquilinato recién se casaron cuando les echaron el agua hirviendo a las hortensias?

-No se ponga así, mamá…¿Ve? Por eso no le quería contar lo de la escalera.

-¿Qué escalera? ¡Hablá!

-Sin darme cuenta… pasé por debajo de una escalera.

-¿¿QUÉ?? ¡¡HABLÁ FUERTE!!

-¡¡PASÉ POR DEBAJO DE UNA ESCALERA!!

-¡Ay, ay, ay! ¡Vos me querés matar de un disgusto! ¡Vos querés verme muerta, eso querés!

-¡Mamita querida, no llore! Es que ando distraída… Ha de ser la falta de novio, digo yo… Mire si no es cierto: aquí en el bolsillo hace dos días que tengo una carta para usted y no me acordé de dársela…De Génova parece que viene.

-¿De Génova, decís? (¡Santo Antonio benedetto!)

-¿Qué pasa, mamá? ¿Qué dice la carta? ¿Y esa foto?

-Andá, ponelo derechito a San Antonio, nena… ¡Qué ya tenés novio!

-¿Cómo, mamá? ¿Qué novio?

-¡Don Pascual, nena, el primo segundo de tu finado padre! ¡Se quiere casar con vos!

-¡Si yo no lo conozco a don Pascual!

-Ni falta que hace, nena. Es un hombre decente, de trabajo… Y hasta elegantón, yo diría, ¡cómo a vos te gusta! Mirá, mirá la foto.

-¡Uyyy, sí que me gusta, mamita! ¡Qué alto es! ¡Y qué linda figura, con esa ropa de montar!

-Pero no, nena, ¿qué decís? Ese es Antoñito, el hijo del primer matrimonio de don Pascual… tu novio es este otro.

-¿El gordo bajito?

-Sí, querida, ¿estás contenta?

-¿El peladito de lentes?

-¡Síiii, nena, sí! Y basta de perder tiempo, que don Pascual y el hijo están embarcados y en cualquier momento los tenemos acá… ¿Viste que valió la pena el ajuarcito?

-Mmmm…

-¿Y San Antonio? ¿Cumplió o no cumplió?

-Mmmm…

-¡Qué contenta estoy, hija… Y como no me aguanto, me pongo el sombrero y corro a contarle todo a doña Laudelina, a las mellizas del inquilinato, y sobre todo a doña Rosa, para reventarles los hígados!… ja ja… Pero a vos, ¿qué te pasa, tan calladita? ¿Y que hacés con el pañuelo? Ya lo podés ir desatando a San Antonio ¡ahora tenés novio!

-Mmmm… Sí, mamá, vaya tranquila, yo me arreglo… (San Antonio, escucháme bien: la cola te ato y hasta que no me case con Antonito, ANTOÑITO, el hijo de don Pascual, ¡no te desato!)

Autora: Graciela Beatriz Cabal

 

Glorario

“A San Antonio…lo abruman tanto…”: versos de “La danza de las sombrillas”, uno de los pasajes más conocidos de la zarzuela española Luisa Fernanda.

Ferrocarriles del Sud: actual Ferrocarril Nacional General Roca, cuya terminal es la estación Constitución.

Boticario: nombre que recibía el farmacéutico.

La Estrella: antigua farmacia que todavía funciona como tal, en la esquina de Defensa y Alsina, Ciudad de Buenos Aires.

Me tiene entre ceja y ceja: me tiene rabia.

Poner cabeza abajo a San Antonio: forma de presionar al santo para que se acuerde de conseguirle novio a la interesada.

Anudar la punta del pañuelo encomendándose a Santo Pilato: así que procedía para encontrar algo perdido. También para encontrar novio.

Romper un espejo: se dice que trae siete años de desgracias.

Corsé: prenda interior -incomodísima con ballenas- destinada a afinar la silueta de las mujeres. Se ajustaba con cordones. Tanto se ajustaba que las mujeres llegaban a desmayarse por falta de aire.

Quedarse para vestir santos: quedarse soltera. Era común que las solteras de ciertas familias se encargaran de vestir a los santos de las iglesias.

“Santa Rosa… plata y marido”: Copla popular. Según el estudioso Félix Coluccio, las solteras suelen encomendarse a la santa durante la fiesta del 29 de agosto, en Catamarca.

Ajuarcito: desde muy jovencitas las muchachas acostumbraban preparar su ajuar de boda aunque todavía no tuvieran novio.

El Gran Día: el día, tan esperado, del casamiento.

Toallas para el médico: toallas blancas, bordadas y vainilladas, absolutamente inútiles para secarse porque eran de tela no absorbente, que sólo se usaban cuando el médico iba de visita.

Balconeando: asomándose al balcón para hacerse ver y conseguir novio. Las niñas de “buena familia” tenían prohibido “balconear”.

Yuyitos para el enamoramiento: hierbas para producir enamoramiento, hechizo.

Tirar agua hirviendo a las hortensias: se decía que donde había hortensias, las mujeres no se casaban.

Pasar debajo de una escalera: era considerado un motivo casi seguro de soltería, además de provocar otras terribles desgracias.

Me pongo el sombrero: en la época en que se ubica esta escena, era inconcebible salir a la calle sin sombrero.

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MAUI, EL PORTADOR DEL FUEGO

 

(Leyenda de Nueva Zelandia)

mitos

Hay tierras que emergen de las aguas y tierras que están cubiertas por las mismas. Fue el héroe Maui quien elevó a Te-ika-a-maui, es decir, Nueva Zelandia, hasta la superficie del mar, dejándola en el mismo lugar en que hoy se encuentra. Fue Maui quien inventó el diente del arpón. Fue Maui quien inventó la trampa del cesto para cazar anguilas. Maui fue quien inventó el barrilete. Fue Maui quien enseñó al hombre cómo hacer el fuego. Y Maui fue quien determinó la duración del día para que el hombre cumpliera su trabajo. Muchas, muchas cosas hizo Maui para el bien de su pueblo.

Cuando nació Maui, era pequeñito y deforme, y su madre lo abandonó en el desierto a la orilla del mar. Pero los dioses marinos lo cuidaron y Tama-nui-ki-te-rangi, su antepasado, que estaba en el cielo, le enseñó su sabiduría. Así, pues, cuando Maui creció, volvió a la tierra en busca de su familia. Al llegar, encontró a sus hermanos jugando con sus arpones. Ellos, al verlo deforme, se le rieron en la cara. Pero el niño les dijo que era Maui, su hermanito menor. No le creyeron los mayores, ni tampoco su madre, quien le dijo:

-Tú no eres mi hijo.

Maui le contestó:

–¿No me abandonaste acaso en el desierto, a la orilla del mar?

Arrepentida por su mala acción, pero contenta al ver que Maui había regresado, le respondió:

–Sí, me había olvidado. Tú eres mi hijo.

Entonces Maui se quedó con su gente. Y cuando sus hermanos se fueron en la canoa a pescar, Maui les dijo:

–Quiero ir con vosotros, ya que soy vuestro hermano menor.

Pero no lo quisieron admitir, diciéndole que no lo necesitaban. Se fueron los hermanos sin el pequeño Maui, pero no tuvieron suerte en la pesca, pues sus arpones no tenían dientes para atrapar a los peces. Como había recibido muchas enseñanzas de su antepasado Tama-.nui-ki-te-rarígi, qué estaba en el cielo, Maui enseñó a sus hermanos cómo fabricar arpones con un diente… en la punta para que los peces no pudieran escaparse. Otra vez se fueron los hermanos a cazar anguilas, pero-no tuvieron suerte,- pues éstas se iban por la misma puerta por donde entraban a sus cestos. Entonces Maui inventó una trampa para los cestos que quedaba perfectamente cerrada una vez que las anguilas habían entrado. Todo esto no hizo sino crecer el resentimiento de los hermanos para con Maui, a quien no dejaron subir a su canoa.

Un día Maui se escondió en el fondo de la canoa y se tapó con las tablas del piso. Cuando los hermanos estaban ya en alta mar, se dijeron:

–Qué bueno es no tenerlo a Maui aquí; Y desde el fondo de la canoa oyeron una voz que les contestó:

–¡Pero Maui está aquí! –al mismo tiempo que Maui levantaba las tablas para darse paso.

Los hermanos, viendo que la costa estaba demasiado lejos para devolverlo a tierra, lo dejaron en la canoa, pero por nada le quisieron prestar un anzuelo para pescar. . .

No se enojó Maui. Sacó por el contrario una caña mágica hecha con el hueso de la mandíbula de un antepasado, que llevaba escondida debajo de su cinturón. Pero los hermanos no quisieron darle carnada. Entonces Maui se rascó la nariz hasta hacerla sangrar, empapó el anzuelo con su sangre y lo lanzó a lo más profundo de las aguas. Sus hermanos no habían pescado ni una pieza, y creían que Maui tampoco pescaría. Pero Maui dejó que su anzuelo descendiera hasta el fondo del mar.

–¿Por qué eres tan testarudo? –le preguntaban sus hermanos–. Aquí no hay pesca. Vamos a otro lado.

Maui se reía y esperaba. De pronto, se sintió un poderoso tirón en la línea, que hizo temblar la canoa. Maui sujetó con fuerza la línea y sus hermanos tuvieron que ayudarlo. Foco a poco comenzó a subir el monstruo de las profundidades. Cuando llegó a la superficie, los hermanos de Maui lanzaron un alarido de terror, porque era tan grande que cubría toda la extensión del mar que abarcaba la vista. Era nada menos que Te-ika-a-maaí, es decir, "el pez que pescó Maui’, o sea la isla de Nueva Zelandia. Los hermanos saltaron al lomo del monstruo para cortar un pedazo de carne, pero aquél no se dejó. Los lugares en donde habían hundido sus cuchillos se convirtieron en barrancos y hondonadas, y los sitios en que la piel se levantó formaron montañas. Tal fue la aparición de Nueva Zelandia desde el fondo de las aguas, de la que iba a ser la tierra de los maoríes.

A medida que transcurría el tiempo, Maui notaba que los días eran demasiado breves, pues Tamanuitera, es decir, el sol, pasaba tan rápido por la bóveda del cielo que la gente no tenía tiempo de secar sus ropas o juntar sus alimentos. Tamanuitera se levantaba, cruzaba velozmente el cielo y se ponía, sin tener en cuenta las necesidades del hombre. Maui se resolvió entonces a que el sol anduviera más despacio.

–Atemos al sol para que camine más despacio y la gente tenga tiempo de terminar sus trabajos –sugirió a sus hermanos.

Pero éstos le replicaron:

–No podremos hacerlo, pues el sol quemará a todos los que se le acerquen.

Maui les contestó:

–Habéis visto las cosas que puedo hacer. ¿No he levantado acaso la gran isla de Te-ika-a-maui des¬de el fondo del mar? Ya veréis que puedo hacer cosas más grandes todavía.

De tal manera, Maui convenció a sus hermanos. Arrancó un mechón de cabellos de la cabeza de su hermana Hiña y buscó un manojo de lino verde, que dio a sus hermanos para que trenzaran cuerdas. La sabiduría que le había conferido el antepasado que estaba en el cielo le dijo cómo dotar a dichas cuerdas de poderes mágicos. Con las cuerdas trenzadas hicieron una red, y una vez terminada viajaron hasta el confín del mundo, por donde aparecía el sol cada mañana. Transcurrieron muchos meses antes de llegar al confín del mundo. Llegaron a él en medio de la oscuridad de la noche, y colocaron su red ante el agujero por donde saldría el sol.

A la mañana siguiente salió Tamanuitera, para verse aprisionado en la gran red mágica. Quiso zafarse y no pude. Los hermanos sostuvieron firme la red y con nuevas cuerdas lo amarraron. El sol se sacudía para un lado y otro, viendo que los lazos apretaban cada vez más. Pudo agarrar las cuerdas con sus manos y trató de romperlas, pero eran demasiado fuertes. Entonces Maui se adelantó con su garrote de guerra, hecho con la quijada de su antepasado, y comenzó a apalear al sol. El sol le retrucó echando inmensas bocanadas de calor que hacían retroceder a los hermanos, pero que no movían un ápice a Maui de su lugar. Así siguieron luchando, hasta que el sol gritó:

–Yo soy el poderoso Tamanuitera. ¿Por qué me pegas así?

–Porque corres tan de prisa por los cielos que la gente no tiene tiempo de recoger su alimento, y tiene hambre.

–Yo no tengo tiempo que perder –le dijo Tama¬nuitera.

Entonces Maui comenzó de nuevo a apalearlo, hasta que, herido y débil, el sol gritó:

–¡Basta, por favor! Iré más despacio –así lo prometió, de modo que lo dejaron salir de la red.

Tamanuitera cumplió su promesa. Desde ese día pasa despacio por los cielos y la gente tiene tiempo de secar sus ropas y recoger su alimento. Pero algunas de las cuerdas que Maui puso al sol se le quedaron enredadas y todavía puede vérselas como si fueran radiantes rayos de luz que atraviesan las nubes.

Todas estas hazañas realizó Maui. Pero su pueblo todavía no sabía cómo encender el fuego. Maui decidió, pues, aprender el secreto en las regiones del infierno. Bajó por un agujero que había hecho en la tierra y encontró a Mafuike, la guardiana del fuego. Pidióle entonces un ascua y ella le dio una de sus uñas encendidas. Al retirarse, Maui pensó: "Esto es en verdad fuego, pero mi gente: tiene que saber cómo encenderlo". De modo que apagó la llama en una corriente de agua y volvió a pedir más fuego. Mafuike le entregó otra uña encendida, que Maui nuevamente apagó en el mismo arroyo. Por tercera vez retornó a la diosa a pedirle fuego, y por tercera vez ésta le dio una uña encendida. Nueve veces fue Maui y nueve veces arrojó el fuego al agua. Cuando se apareció ante la diosa por décima vez y le pidió su última uña encendida, Mafuike se puso furiosa y lo persiguió por el infierno, pero Maui se escabulló tan rápido que ella no le pudo dar caza. Mientras huía, Maui la insultaba, tanto, que en su ira Mafuike se arrancó su última uña ardiente y se la arrojó. Esta incendió los campos y los bosques y Maui tuvo que huir ante el avance de las llamas. Muy afligido, llamó en su ayuda a la lluvia, que cayó para apagar el gran incendio. Viendo que se extinguía el último fuego del mundo, Mafuike recogió algunas ascuas y las escondió entre los árboles.

Desde ese día hay fuego en el mundo, escondido donde lo puso Mafuike. Pero el hombre sabe cómo hacerlo aparecer, frotando una clase de madera con otra.

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